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2019

Puedo sentir un eco reverberando detrás de los pasos;
es el susurro holístico de los muertos que claman libertad.
Descubrí en lúgubres catacumbas, entre el fango,
plegarias y aullidos de misericordia.
Y entre tantas voces disonantes, una clamó por mi rezo:
«Lo efímero no existe», articuló en gutural voz.
«Tan sólo la finita ilusión de lo perecedero».
Y me quedé allí, absorto
divagando en el secreto que me fue revelado
embebido en el umbral
de lo que, hasta hace un momento,
parecía ser un conocimiento impenetrable.
Así estuve
hasta que espejismos ladinos me poblaron la razón.
Pronto el embrujo cobró forma
y el rostro de ninfa
-pálido y de enormes ojos verdes seráficos-
se materializó entre la bruma y me dirigió la mirada propia de los demonios.
Pensé que mi propia prisión estaba en este pasaje retorcido y lacónico.
Entonces me quité la vestidura de hombre
y poseso de la incognoscible figie de Abraxas que me observaba, bramé:
-¡Oh, encarnación de Lilith! ¡Oh, savia de la que se componen mis delirios!
¡Sangre de mi vida!, ¡endriago corrompedor de mi fruto!
Cuánto te quise y cuánto te amo.