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2017

Fútiles goces que hacen al día a día:
leer a un autor inmortal;
cantar
pegando estridentes alaridos durante una ducha caliente;
tomar un café
solitario y vagabundo en la madrugada
mientras la mente se dispara y se revuelca
en sueños mejores;
viajar y mover el culo
sin un destino preestablecido;
cagar en la mañana después de una dura noche de juerga
y sentir que de alguna manera
hasta la mierda tiene su lugar;
llorar sin premura ninguna
simplemente porque el cuerpo te lo suplica;
martillarse los sesos y chamullar
a una audiencia que aún no se encuentra
pero que algún día lo hará;
sentarse en el banco de la plaza
y observar la monstruosa condición del mundo
y del sistema que nos vemos forzados a soportar
y a pesar de todos los malos pensamientos
suicidas y homicidas
resistir, resistir, resistir;
beber una y dos y tres
y no sé cuántas cervezas
hasta sentir que algo trascendente
sucederá de un minuto a otro;
apagar y sofocar
esa jodida pantalla centelleante
que reclama constantemente tu atención
y darse cuenta de que el mundo no se movió
y de que el tiempo ahora te pertenece;
observar el cielo templado y buscar formas
en las nubes y en la niebla
que conforman tu imaginación;
comprender que la soledad no existe
que sólo existe aislamiento
y que únicamente tú puedes sacarte de allí;
quererla
a pesar de ella y de ti mismo;
sonreír y tener la certeza
—aunque sea una farsa—
de que todo irá bien.