2014
—¿Dónde está la belleza? —le pregunté a mi chica cuando atravesábamos un ruinoso callejón en mitad de la noche y mirábamos el vapor helado que salía a través de una especie de alcantarilla.
—En las cosas pequeñas, chiquititas. En los acontecimientos poco pomposos y simples —dijo. Y luego de una pausa y tras pensárselo bien, agregó—. Las cosas enrevesadas y extravagantes pueden ser llamativas, sugerentes y misteriosas. Pero nunca bellas.
En ese instante me di cuenta que la belleza estaba justo en medio de los dos. Sobre nosotros, envolviéndonos.
2014
Abrí los ojos; ella dormía. La tenue luz de la mañana alumbraba la habitación; yo la miraba. Pensaba muchas cosas mientras ella se inmiscuía en el insondable sueño blanco. Pensaba en la sensación milagrosa que me abordaba. Meditaba sobre cuánto me gustaba la trivial secuencia. Estaba disfrutando el paisaje que ante mis ojos se mostraba.
Es que; me gusta tanto que sus ojos cerrados palpiten cuando mi mano coquetea con sus pómulos y que el sueño blanco sea profanado por estremecimientos más nebulosos. Ella entonces a veces despierta y me mira. Otras veces sonríe y sus pupilas flotan como entre nubes y me gritan que me quieren al son del silencio. Adoro verla dormir. darle tibios besos en el cuello, y verla retorcerse de deliciosas sensaciones. Me encanta cuando despierta y tiene el semblante teñido de rubor, como si ojos para adentro, haya sido testigo de extraordinarias y voluptuosas visiones.
Pero, sobre todo, me gusta cuando abre el aire como con un cuchillo y perfora el silencio con dos perfectas palabras. Y me dice muy pausadamente: “te quiero”. Y cuando, luego, su boca forma un asterisco y se abre cuadro a cuadro recreando un agujero negro y me absorbe por completo.
2014
Era yo antes de conocerte, sencillamente un barrilete danzando en el pequeño cosmos de un parque. El viento me arrastraba a su antojo y sin más, iba yo detrás a las desventuras de sus caricias. Y ahora, ahora que la vida me cinceló a golpes y derramó mis sueños por el retrete. Ahora que el corazón endureció y se hizo pequeño como el lobulillo de un ojo, puedo aspirar a la grandeza de un amor que ya no corresponde. ¡Pero, cuánto correspondió alguna vez!
Y como la existencia se trata de equilibrios; y de vida y de muerte, y de ocasos y de primaveras. Doy gracias a la tempestad que sin rumbo llevó mi velero agrietado hacia tu puerto. Y a los golpes y al retrete que, llevándose mis sueños, dejaron mi corazón para ofrendártelo.
2014
«Sé que no tenerte significaría romperme en dos mil quinientos pedazos el corazón. Y sé que haciéndolo estoy condenando mi joven espíritu a una vida de sumisa esclavitud, muñeca», le escribí a mi chica de los confines inalcanzables.
«Tu problema es que tiendes a navegar los extremos», me respondió ella a las cinco de la madrugada de un miércoles. Bendito WhatsApp, pensé.
«Eres exactamente mi extremo, cielo. Pero ahora mismo no podría vivir si te perdiera», repliqué.
«Qué bien. Ahora podré tener mi propio esclavo. Siempre quise saber qué sentía una auténtica madame del siglo, hmmm; ¿diecisiete?».
«No es tu perfil. Eres la clase de chica autosuficiente y soñadora que se rasgaría el alma por conseguir algo semejante a la libertad. Eres un eco perfeccionado de Madame Bovary, pequeña demonia».
«Creo que sí. Que soy la clase de chica carnívora que te arrancaría el corazón y lo serviría en la mesa de una reunión familiar».
«Eres la clase de chica que no dan segundas oportunidades».
«Soy la clase de chica que asesinaría en tu nombre, nene. Pero que también te asesinaría a ti de ser necesario. Ja, ja, já»
¿Qué clase de chica acentúa correctamente los mensajes de WhatsApp?, me pregunté. Y llegué a la conclusión de que lo haría nada más una persona que no sólo quiere impresionarte, sino que quiere conquistarte. Convencerte. Fulminarte. Explotarte. Ya saben, una chica que te toma en serio. Ella me tomaba en serio, y todos los detalles como aquellos hacían que mi cabeza fuera un cohete directo a Saturno, el planeta del maligno anillo.
«He muerto antes en tus manos, y debo decir que no hay nada como eso. Lo segundo mejor es renacer. Ya sabes, volver a la vida. Despertar y ver tus filosos ojos cerrados y tu rosada boca apretada en el pálido semblante, es como un deleite de la diócesis. Renazco, en muchos y fulminantes sentidos. Verte de esa forma, nena, es para mí algo así como un sentimiento que de alguna manera me hermana con el buen pastor masoquista. Me hace sentir el ser más religioso del planeta. Y nadie, jamás, podría poner en duda la conmovedora llama que arde en mi corazón de poder observarme, viéndote. Justo en ese momento, cuando tú no me ves pero sonríes ojos para adentro, es cuando más te amo. Esa es la razón por la cual nunca logro descansar cuando estoy contigo».
«Haré de ti una auténtica revolución, nene», fue toda su respuesta a mi mensaje a corazón abierto.
«¡Oh! Mi amor, sé la mejor socialista: Róbame. Recupérame. Libérame. Y haz de mi tiempo, tu eterna dictadura singular».
«En eso estoy», dijo ella, mientras mi cabeza seguía despegando con sus palabras.
2014
Hoy volví a soñar con ella. Me llamaba por teléfono y por alguna razón todo pareció como si aquello siempre hubiese estado ahí, como si nada nunca se hubiese ido, esfumado.
—Nene, hoy no ha sido mi mejor día. Pero me siento afortunada por tenerte.
—Todo es más divertido cuando estoy justo ahí; presente.
—Sos de drama. Pero sos mi drama.
—Soy la auténtica tragedia personificada. Soy la última risa antes de la caída.
—Sos mi precipicio. Mi verdad.
—Vos sos mi mejor mentira, nena. El cuento que un muchacho como yo necesita repetirse noche tras noche para soñar mejor.
—Sos mi perfecta arma de destrucción.
—Mierda, nena. Soy el ser más religioso del planeta por tenerte. En nada más depositaría tanta fe.
—¿Listo para perecer en nombre de tu deidad?
—Estoy preparado para morir entre tus piernas. Estoy listo para resucitar en tus ojos, nena, realmente estoy deseoso de eso. Sos la criatura más vibrante del universo. Un auténtico colibrí radioactivo. Una jodida luciérnaga danzante. Sos la clase de mierda que mi alma necesita para aferrarse a la puta humanidad.
—Soy todo lo que necesitás para enloquecer definitivamente.
—¡YA LO CREO, CARIÑO!
—JAJAJA.
Amaba todos esos jodidos diálogos que teníamos. Eran espontáneos y milagrosos. Era mejor que leer cualquier ficción. Teníamos el poder de la invención, de la imaginación y nos deleitábamos mutuamente en el juego de la retórica. Sentirla era mejor que tocar el cielo. Era mejor que hundirme en cerveza y jugar al suicida momentáneo.
¡Mierda! La había soñado y todo había sido tan real. «Tengo que escribirle», me decía a mí mismo. «Tengo que recomponer las cosas», me repetía yendo de un lugar al otro por la casa.
—Esta noche, nene, vas a ser el espécimen más dichoso del mundo.
—Oh, mi amor, soy el hombre más derrotado de la galaxia por adorarte.
Y en mi fantasía nos juntábamos. Mierda, su rostro cobró forma y su cuerpo se materializó. Era la criatura más bella del mundo. Su cabello castaño seguía siendo un puto caos. Sus malditos ojos demoníacos, a veces verdes otrora grisese me observaban divertidos. Su boca, rosada, voluptuosa, jugueteaba con la lengua. Tenía un rostro expresivo y maravilloso. Y su cuerpo me llamaba a la satisfacción. Sencillamente era demasiado. Recordé vívidamente el sueño y sentí unos irrefenables deseos de masturbarme, así que, ¡qué demonios!; me la jalé un buen rato.
Cuandó terminé me sentí inmensamente triste. Debería beberme media ciudad, pero en cambió preferí escribir sobre aquello.
«El amor es una trampa para terminar contigo», medité. Ella es mi trampa. El mundo civilizado parece ser un colectivo de transporte a punto de colisionar, y nada parece tener mucho sentido. Es un viaje breve y retorcido por un paisaje de pesadilla.
Pero alguna vez el viaje tuvo significado para mí. Cuando veía sus ojos palpitar a centímetros de los míos y la boca le dibujaba una sonrisa todo cobraba un matiz por el que pensé que podría dejarlo todo. Y me hundía en toda ella, le perforaba el espíritu. Era un asesinato lento, satisfactorio. Y mientras me bañaba en ese oasis que representaba todo aquel monumento, iba dejándole trocitos de mí. Pedazos que, por supuesto, jamás recuperé.
2014
Hice saltar la banca; y el premio era tan gordo que no sabía si debía despilfarrar todo en la mejor noche de mi vida y joderme al día siguiente, o si por el contrario debía administrar todo con cautela y estirarlo como un chicle para que me durara hasta los últimos suspiros de mis días.
Como soy un jugador que apuesta fuerte, me lo jugué a morir por lo primero. Y hasta el momento, ha sido una de las mejores decisiones de mis cortos años. Soy consciente que todo puede cambiar como una ventisca que se transforma en huracán. Pero nada valdría tanto la pena si no hubiera algo de ese enfermizo riesgo.
El vértigo en la sangre es como un rayo de vida una hermosa noche de verano. Igual que sus filosos ojos como machetes y sus malditas palabrotas cuando hacemos el amor. Es refrescante hasta cuando está en silencio, y yo me siento como un tiburón capturado en una malla de pescadores.
Soy tan afortunado como un púgil que ganó la lotería, o tan desdichado como un erudito misántropo que no puede hacer nada con todo lo que sabe. Aún no lo sé, pero me gusta. Me gusta jodidamente mi situación. Soy un jugador, y el vértigo es mi vitamina y mi enfermedad. Ella lo es. Es un misil, y despego cada vez que la pienso. ¡Y vaya que la pienso!, tanto que mi esqueleto parece un viejo monumento que nadie quiere tocar, y tanto como un montón de pájaros perdiéndose en el cielo metálico.
SEO o no SEO… Este es el dilema. ¿Qué es mejor para el sitio, enfrentarse a los embates de la fortuna con los algoritmos de Google, vanagloriarse de los déspotas resultados de una campaña SEM o desafiar al océano del ciberespacio tras aplicar técnicas que depuren la experiencia web y en consecuencia mejoren el posicionamiento orgánico? Pagar es publicidad, sólo eso y nada más; un sueño de conquista que subsistirá mientras dilapides la fortuna alimentando a la bestia; consumación que hiere de muerte al deseo. SEM, click, caja. Ahora, existe otro método; el camino más largo, ¿quieres reformar el contenido de tu web, volverlo apetecible, intuitivo y accesible? ¡SEO es su acrónimo! “¡Qué difícil!”, estás pensando. Pues en verdad anhelas una audiencia vasta, precoz y feligresa. ¿Pero qué audiencia se quedará en tu página cuando dejes de nutrir a El Gog con el sacrosanto capital de los hombres vulgares? ¿Podrá el ego sopesar semejante injusticia y orfandad? ¿Tolerar, acaso, el desprecio de los buscadores tras el desnudo abandono de la publicidad a sueldo? Ese vicio arrogante debe cesar. ¿Qué cibernauta puede consentir tanto? Nadie, sino fuese por ese algo tras el umbral de lo aparente -ese orbe fértil por descubrir del que se sabe, ningún bloguero o emprendedor retorna- que promete justamente aquello que puede dar; vuelo propio, independencia. Que el barniz del infortunio que se ciñe sobre tu web se esfume y tus acciones confluyan hacia resoluciones importantes, de gran valía. Ahora, cierra los párpados y atestigua cómo cada entrada volcada en tu web manifiesta ánima propia y se replica en tu audiencia orgánica, eléctrica, no vana de interacciones y consumismo. No lo olvides, tenlo siempre presente, ¡el SEO es la respuesta a tus oraciones! Es la herramienta con la que podrás torcer el cauce del descarrilamiento pantanoso que atraviesas en el ciberespacio conocido.
Ser o no ser... He ahí el dilema. ¿Qué es mejor para el alma, sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos, o levantarse en armas contra el océano del mal, y oponerse a él y que así cesen? Morir, dormir... Nada más; y decir así que con un sueño damos fin a las llagas del corazón y a todos los males, herencia de la carne, y decir: ven, consumación, yo te deseo. Morir, dormir, dormir... ¡Soñar acaso! ¡Qué difícil! Pues en el sueño de la muerte ¿qué sueños sobrevendrán cuando despojados de ataduras mortales encontremos la paz? He ahí la razón por la que tan longeva llega a ser la desgracia. ¿Pues quién podrá soportar los azotes y las burlas del mundo, la injusticia del tirano, la afrenta del soberbio, la angustia del amor despreciado, la espera del juicio, la arrogancia del poderoso, y la humillación que la virtud recibe de quien es indigno, cuando uno mismo tiene a su alcance el descanso en el filo desnudo del puñal? ¿Quién puede soportar tanto? ¿Gemir tanto? ¿Llevar de la vida una carga tan pesada? Nadie, si no fuera por ese algo tras la muerte —ese país por descubrir, de cuyos confines ningún viajero retorna— que confunde la voluntad haciéndonos pacientes ante el infortunio antes que volar hacia un mal desconocido. La conciencia, así, hace a todos cobardes y, así, el natural color de la resolución se desvanece en tenues sombras del pensamiento; y así empresas de importancia, y de gran valía, llegan a torcer su rumbo al considerarse para nunca volver a merecer el nombre de la acción. Soliloquio de Hamlet, de William Shakespeare.
2014
—Llegaste tarde, como siempre.
—¿Es que no me podías esperar?, ¿qué es ese olor a quemado?
—Quemé tus libros, tus cartas y todo lo tuyo que pasó a ser mío. Llegaste tarde, como siempre.
—Mirá, lo siento mucho. Quiero decirte algo.
—Llegaste tarde.
—Dejame decirte sólo una cosa.
—Ya no podés, llegaste tarde.
—Por fav…
—Llegaste tarde.
—Ya no te quiero como antes.
—Incluso tu NO AMOR llegó tarde. Tarde. Tarde. Tarde.
—¿Qué querés decir?
—Me tengo que ir.
—¿Te voy a volver a ver?
—Lo estás haciendo ahora, ¿no?
—No quería que las cosas terminaran así.
—Pero llegaste tarde, ¿no lo entendés?
—No. No lo entiendo. Explicamelo.
—Ya es demasiado tarde. Pensalo cuando ya no esté, o si te parece mejor, olvidame.
—Te quería. Todavía lo hago.
—Tu amor, junto con todo lo que sos, llegó demasiado tarde. Tarde. Tarde. Tarde.
En ese momento me desperté. Sudaba y sentía como si una oscura energía me recorriera el pecho. «Llegaste tarde», reflexioné.
—Tarde solamente llegan los muertos —me escuché murmurando—. Y yo estoy vivo. Vivo. Vivo. Vivo. Y tras una pausa, musité: «¿Lo estoy?».